miércoles, 12 de diciembre de 2012

La pálida

Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días, días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo reconocerme en nada, ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propio sonido. Entonces no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no tengo, ni quiero tener, nombre ninguno: entonces pierdo las ganas de llamarme o ser llamado.

1 comentario:

Julieta Millan dijo...

A veces necesitamos despegar los pies de la tierra, y tenemos esas ganas de salir volando y no volver a ser.
Pero siempre algo, nos termina arrastrando a la tierra, y a veces no es tan malo, porque más allá de todo, eso nos muestra, que aun estamos vivos, y podemos cambiar las cosas.