miércoles, 12 de junio de 2013

Capítulo 67

Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. Pero esta vez te pesqué, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental, al primer juicio de negación. Como un color gris que fuera un dolor y fuera el estómago. Y casi a la par (pero después, esta vez no me engañas) se abrió paso el repertorio inteligible, con una primera idea explicatoria: «Y ahora vivir otro día, etc.» De donde se sigue: «Estoy angustiado porque… etc.» Las ideas a vela, impulsadas por el viento primordial que sopla desde abajo (pero abajo es sólo una localización física). Basta un cambio de brisa (¿pero qué es lo que la cambia de cuadrante?) y al segundo están aquí las barquitas felices, con sus velas de colores. «Después de todo no hay razón para quejarse, che», ese estilo. Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba. En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano. Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o se queda fijo o cambia de forma. Ansié la dispersión de las duras constelaciones, esa sucia propaganda luminosa del Trust Divino Relojero.

domingo, 9 de junio de 2013

¿Para quién brilla el sol?

El sol brilla para todo el mundo, pero no brilla en las prisiones,
no brilla para los que trabajan en la mina,
los que descaman el pescado
los que comen carne pasada
los que fabrican horquillas para el pelo
los que soplan vacíos en botellas que otros beberán llenas
los que cortan el pan con el cuchillo
los que pasan las vacaciones en las fábricas
los que no saben lo que hay que decir
los que ordeñan las vacas y no beben la leche
los que no son anestesiados en el dentista
los que escupen sus pulmones en el metro
los que fabrican en sótanos las estilográficas con las que otros
escribirán al aire libre que todo va de perlas
los que tienen demasiado que decir para poder decirlo
los que tienen trabajo
los que no lo tienen
los que lo buscan
los que no lo buscan
los que dan de beber a los caballos
los que ven morir a su perro
los que tienen casi todas las semanas el pan de cada día
los que en invierno se calientan en las iglesias
los que son enviados por el sacristán a calentarse fuera
los que se estancan
los que querrían comer para vivir
los que viajan entre las ruedas
los que miran correr el Sena
los que son contratados, despedidos, ascendidos, rebajados,
manipulados, registrados, apaleados
los que son fichados
los que son llamados fuera de filas y fusilados al azar
los que deben desfilar frente al Arco
los que no saben comportarse en ninguna parte
los que nunca vieron el mar
los que huelen a lino porque trabajan el lino
los que no tienen agua corriente
los que son destinados al "azul horizonte"
los que arrojan sal en la nieve a cambio de un jornal irrisorio
los que envejecen más aprisa que los otros
los que nunca se agacharon para recoger un alfiler
los que se mueren de aburrimiento en las tardes de domingo
porque ven llegar el lunes
y el martes, y el miércoles, y el jueves, y el viernes
y el sábado
y la tarde del domingo.